Para Andr. H. W. en el día del funeral de Elisabeth H.
1. ¡Consuela a tu hermano, a cuya esposa Yo Me la llevé! Él y los suyos lloran ahora que Me traje a Mi querida hija a Casa. Veo su dolor y tengo alegría de sus lágrimas; pero quiero consolar y fortalecer a todos ellos con Mi Espíritu, con Mi gran Amor. Por tanto, no deberían volver a llorar; porque los consolaré y fortaleceré mucho y los haré alegrarse y regocijarse en Mi gran Amor, porque solo Yo soy quien da tristeza y alegría, ya que soy el Señor de todos los corazones y de lo que hay en ellos.
2. Podría haberla dejado sobre la Tierra aún más tiempo, porque Conmigo todo es posible. Pero, ¿qué harías si, en algún lugar en el extranjero, tuvieras una hija que enviaste para un aprendizaje, y ves que la hija te envía constantemente un suspiró de amor tras otro y te dice con sinceridad cuánto le encantaría regresar a tu casa, a pesar de que el viaje de retorno le parece extremadamente difícil? - Mira, a pesar de todas las peticiones de sus buenos tutores en el exterior, al final terminarás escuchando solo las peticiones de tu hija y satisfarás su gran anhelo. - Es lo mismo que sucede en este caso. Lo que hice aquí, no lo hice tanto por Mí Mismo, sino por el gran anhelo de Mi querida hija.
3. Por tanto, no digáis que Yo fui duro e inexorable, - oh no, todo lo contrario; porque, de todos los que piden, unos por esto, otros por aquello, Yo siempre concedo el pedido solo a la parte que pide con más fuerza de amor por Mí. Pero los suplicantes más débiles que tengan el consuelo de que también escribiré sus peticiones en el libro de la vida y un día también permitiré que se les conceda en su totalidad. Pero el consuelo de todos vosotros sea que estoy verdaderamente con vosotros y permanezco por siempre con vosotros. Amén.
Fuente: Dádivas del Cielo, tomo 3, recibido por Jakob Lorber el 2 de diciembre de 1848.